Con frecuencia, la depresión en el anciano o personas mayores, se relaciona erróneamente con algo típico del proceso de envejecimiento. Normalmente no suelen pedir ayuda, por miedo a molestar a la familia, o por no reconocer la enfermedad. Por ello, es importante que los allegados estén alerta ante posibles síntomas relacionados con la depresión:
El anciano se encuentra vacío, triste, pesimista, irritable, quejicoso, con sentimientos de culpa, apático y en ocasiones con pensamientos suicidas. Suele somatizar su angustia en síntomas físicos, quejándose de dolores difusos y de malestar general.
Hay enfermedades físicas que pueden propiciar la aparición de una depresión en el anciano, como son:
– Enfermedades neurológicas, como el Parkinson o el Alzheimer, o la Esclerosis Múltiple.
– Trastornos endocrinos, como el hipotiroidismo.
– Efectos secundarios de algunos medicamentos.
Por otro lado, hay factores psicológicos, normalmente relacionados con la pérdida, que pueden dar lugar en el anciano a sufrir un proceso depresivo:
– La muerte de familiares y amigos cercanos.
– La jubilación.
– La emancipación de los hijos.
– La aparición de enfermedades, y la conciencia del deterioro físico.
– Pérdida de posición social y de actividades diarias.
– Pérdida de independencia.
Para realizar un buen diagnóstico es imprescindible complementar la evaluación con diversas pruebas complementarias como analíticas, pruebas neurológicas y psicológicas, a fin de descartar otras patologías.
El tratamiento suele ser farmacológico, acompañado de medidas de apoyo y cuidados generales dirigidos al anciano, por lo que el papel de la familia en la evolución del proceso resulta absolutamente fundamental.